Tomémonos un rato

 

Un paréntesis en nuestro día

Hagamos un paréntesis en nuestro día. Dejemos que el pasado y el futuro se muestren como presente.

Es decir: durante los próximos minutos, el pasado dejará de ser una cosa sólida y concreta que nos acecha, provocando nuestra nostalgia o resentimiento, y el futuro dejará de ser un abismo donde depositamos nuestras esperanzas y temores.

Lo que hay es presente, hay sólo “ahora”.

Por supuesto, el presente no salió de la nada. Tiene una historia. Esa historia es importante. No puede olvidarse. No debe olvidarse.

Por otro lado, el contenido del presente dejará de ser y será reemplazado por eso que todavía no es, eso que llamamos “futuro”. El futuro es importante. Tenemos que hacernos cargo del mañana.

Sin embargo, el pasado, como pasado, es “ahora” sólo memoria. Y el futuro, como futuro, es “ahora” sólo expectativa.

Por lo tanto, el presente no es un fenómeno estático. Tiene un dinamismo peculiar.

Venimos de algún lado y nos dirigimos hacia algún otro sitio. El presente es siempre ser arrojado y proyectado.

Sin embargo, repetimos: lo que ya no es presente es memoria, y no existe como presencia en ningún lugar del universo excepto como memoria. Y lo que todavía no es, el futuro, no existe en ningún lugar del universo excepto como expectativa. Ni el pasado ni el futuro existen como entidades sólidas y concretas. Por esa razón, podemos hacer muchas cosas con nuestros pasados y nuestros futuros. Podemos reescribirnos de atrás para adelante o de delante hacia atrás.

Si nos tomamos un rato de esta manera, descubrimos algo interesante: el presente está lleno de cosas (colores, sabores, sonidos, aromas, sensaciones físicas, pensamientos, imaginaciones, memorias, anticipaciones).

Pero además de estar lleno, está vacío. Ninguna de las cosas y eventos que se “presentan” (que se hacen presente) permanecen. Todo fluye, cambia, desaparece.

Entonces nos preguntamos:

¿Qué es lo que hace posible que percibamos y conozcamos lo que se “presenta”?

A eso que percibe y conoce podemos darle muchos nombres (mente, alma, experiencia). Lo importantes es que seamos capaces de discernir sus cualidades o características.

Por un lado, su vacuidad. No se trata de una nada, de un no-ser. Más bien la vacuidad hace referencia a la libertad radical que somos, a la apertura intrínseca que somos. Esa libertad hace posible en cada momento de nuestra vida la plenitud del presente.

Las cosas surgen y desaparecen. Todas las cosas y eventos surgen y desaparecen. Pero la experiencia como mera experiencia no desaparece con sus contenidos. Una experiencia sigue a la siguiente. Un momento sigue a otro. Lo presente se hace pasado, sin clausurar la presencia, la cual no tiene principio ni final.

La otra característica de la experiencia es su transparencia, su luminosidad, su translucidez. La experiencia está abierta, vacía, pero además abre mundos, nos permite percibir, conocer y responder.

 

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