Segunda ola

Audio introductorio


Introducción

Escribí el presente artículo pensando en la «nueva normalidad» que estábamos intentando construir cuando finalizó en Europa la primera ola de contagios. 

Creo que es muy importante, pese a la enormidad y la excepcionalidad que supone la pandemia, no fetichizarla. La pandemia no es la causa última de la crisis planetaria que hoy enfrentamos, sino un elemento que, como un significante vacío, parece contener todas las crisis.

El texto está dividido en tres partes:

1. En la primera parte, titulada «Regreso al mundo feliz», en alusión a la novela de Huxley, me refiero precisamente a la pandemia en relación a la crisis planetaria del capitalismo neoliberal. El mundo feliz al que pretendemos regresar no es otro que el de la violencia, la exclusión y la degradación medioambiental.

2. En la segunda parte, titulada «Comer, rezar, amar», que hace referencia a la película de 2016 protagonizada por Julia Roberts, abordo, brevemente, la cuestión del gnosticismo y de la orientalización de nuestra cultura en términos críticos, especialmente, a la tentación de fabricar un refugio interior en clave narcisista (un «palacio de cristal»).

3. En la tercera parte, titulada «Ciudad de cristal», que hace referencia a la primera historia narrada por Paul Auster en Trilogía de Nueva York, lo que me interesa es la verdad. Mi crítica está dirigida al posmodernismo y el neoliberalismo, que yo considero las dos caras de la embestida nihilista en el ámbito de la cultura y la economía. A partir de allí, abogo por un regreso a versiones fuertes de realismo, con el fin de enfrentar la multiplicación de los relatos que acaban siendo serviles a los proyectos de explotación, expropiación y dominación.

Nueva visita al «mundo feliz»

En España volvieron los contagios…

Después de la nerviosa alegría que supuso para algunos salir del confinamiento, regresa el temor al contagio y el desconcierto ante un futuro que vuelve a oscurecerse. Es difícil discernir lo que nos espera, y la redención que la ciencia promete con una pócima universal que nos proteja del virus, ahora sabemos, se hará esperar.

El mundo está en crisis…

Pero en río revuelto, ganancia de pescadores. No es cierto que la pandemia nos haya afectado a todos del mismo modo. Wall Street y Sillicon Valley se llevan la palma, mientras los jugadores de la economía fósil se enfrentan a un cambio tecnológico que no los hará desaparecer, pero los convertirá en representantes de un modelo superado, que convivirá «felizmente» con la economía basada en la nueva tecnología robótica y verde, como los talleres o fábricas del siglo XIX que funcionan en Bangladesh o México, conviven con la tecnología «inteligente» con la cual se gestiona la comercialización global de los productos manufacturados con población cuasi-esclava.

Es un error, sin embargo, considerar que es el Covid-19 el que ha producido el descalabro. Evidentemente, ha acelerado el proceso, pero la crisis era ya un hecho incontestable antes de que se anunciara el confinamiento en Wuhan.

1. Crisis política y geopolítica que había desatado ya nuevas formas de violencia y reivindicaciones étnico-nacionalistas, religiosas y de otras índoles, amenazando las estructuras jurídico-políticas sobre las cuales se construyó el orden global. Crisis de legitimidad también de los estamentos supranacionales y su arquitectura de gobernanza global. Crisis que anunciaba en Siria, por ejemplo, o en la guerra comercial declarada en tiempos pre-pandémicos, el peligro de una nueva conflagración bélica mundial. (Y un buen día, volvimos a hablar, como ocurría en plena Guerra fría, de la amenaza atómica, nuclear).

2. Crisis social, económica y financiera. Evidenciada en la creciente desigualdad que autores como Piketty o Streeck han descrito de manera detallada y elocuente. No se trata ya de pensar el fenómeno de la pobreza y la exclusión, sino de algo más ominoso, peligroso, desafiante para nuestros ideales genuinamente democráticos: las corporaciones globales, dotadas de un poder divino, que convierten a los Estados en pigmeos intentando contener a Gulliver. Estados finalmente rendidos a las prerrogativas de esas corporaciones globales que marcan la agenda planetaria, imponiendo sus condiciones para facilitar y acelerar sus procesos de acumulación, extendiendo sus tentáculos hasta convertir en indiscernibles los límites de lo público y lo privado, lo común y lo apropiable, en una nueva fase de explotación y expropiación que profundiza las diferencias entre los superricos y los superpobres.

3. Crisis medioambiental. Evidenciada en la misma pandemia, que ha puesto de manifiesto que la apropiación sin límites del capital de todos los recursos económicos y no económicos con el fin de ponerlos al servicio exclusivo de la acumulación acaba disolviendo peligrosamente las fronteras entre la economía, la reproducción social, la política y la naturaleza, destruyendo con ello las condiciones mismas de posibilidad del propio capitalismo.

Es cierto, sin embargo, que estas crisis han acelerado su evolución con la pandemia, conduciéndonos a una situación de tremenda peligrosidad. La crisis de la economía real ha puesto en jaque al poder financiero que exige nuevos sacrificios para mantener en movimiento los ciclos de acumulación de capital ficticio. Como en el pasado, la recesión exige remedios extremos. La imposibilidad fáctica de avivar el consumo de bienes a través de las usuales fórmulas keynesianas diseñadas para estas lides, y ante lo inoportuno de otro ciclo de inversión en infraestructuras, la respuesta del cambio tecnológico ofrece algún respiro, pero la guerra parece la apuesta más fuerte del capital financiero para el futuro inmediato.

De este modo, vemos como, aquí y allá, lo que crece de manera desproporcionada e incomprensible para el público llano, es la inversión en armamentos. El mundo se prepara para la guerra. Es un hecho, y las tensiones con China y Rusia no auguran nada bueno.

Entre otras cosas, para los países periféricos, que parecen estar en la antesala de otra fase de expropiación neo-imperial que, en América Latina, toma forma aceleradamente en el imaginario de las derechas regionales, cada vez más engranadas con el discurso negacionista global, y cada vez más racistas y discriminadoras, los peligros parecen hacer sombra a la oportunidad de un cambio sustantivo.

Comer, rezar, amar

En medio de este terremoto planetario, la «gente» busca refugio en su interior. No es la primera vez. Como ocurrió durante el período de decadencia del imperio romano, los gnosticismos se multiplican, ahora provistos de un nuevo esoterismo cientificista que reclama de sus adherentes un respeto pontificial.

Obviamente, no son nuevas las ofertas religiosas y espirituales que se disputan en el mercado nuestras mentes. El neoliberalismo exigía una subjetivación a la medida de sus prerrogativas. Al empresario de sí mismo, al emprendedor perpetuo e incansable en el que transformó a todo trabajador, a la flexibilidad ilimitada que le impuso para poder extraer una plusvalía cada vez más grande con el fin de equilibrar la brutal competencia y la aceleración que impone el cambio tecnológico, había que ofrecerle una compensación interior que resultara inocua en términos políticos. Las nuevas espiritualidades y la cultura del cuidado de sí han estado a la altura de las necesidades del capital, especialmente en las sociedades centrales, hoy profundamente orientalizadas.El nuevo sujeto aspira a «comer, rezar y amar», pero con un toque de narcisismo que garantiza el consumo de los productos espirituales a las élites privilegiadas y a las clases medias acomodadas, sin producir efectos colaterales: «culpa» o responsabilidad ante la catástrofe que nos enfrenta.

En la película de 2016, dirigida por Ryan Murphy, y protagonizada por Julia Roberts, titulada en España Come, reza, ama, y en América Latina Comer, rezar, amar, el personaje central, Elizabeth Gilbert, la autora del best-seller en el que se basó la película, cuenta la historia de su despertar espiritual.

Dice Wikipedia: «Elizabeth Gilbert (Julia Roberts) tenía un esposo, una casa preciosa y una exitosa carrera profesional. Pero, un día se preguntó qué deseaba realmente en su vida y decidió dejarlo todo para viajar durante un año. Y así fue como comió en Italia, rezó en India y amó en Indonesia».

Hete aquí el misterio de la existencia humana que tiene para revelarnos Hollywood. Lo importante: (1) el cuidado material al que se refiere el «comer» del título se reduce a pasearse comiendo platos italianos rodeado de amigotes de viaje que nos enseñan a distinguir un buen vino o una buena mozzarella de una menos buena; (2) que el «rezar» que lo acompaña se reduce a practicar una meditación anímica mirándose el ombligo con el fin de estar presente en un ashram indio, y pasar el resto de la jornada lloriqueando y haciendo penitencia por los pecados amorosos del pasado: y (3) que el «amor» con el que cierra el ciclo se reduce a un buen contrato sin compromisos en Bali con un divorciado de nuestra misma clase.

La ciudad de cristal

En «City of Glass», la primera historia narrada por Paul Auster en Trilogy of New York, nos encontramos con una filosofía de lo residual a la que vale la pena volver a echarle un ojo.

En uno de sus encuentros con Quinn (el escritor de novelas de detectives), Peter Stillman Sr. le cuenta el trabajo que está realizando del siguiente modo:

«¿Qué ocurre cuando una cosa ya no cumple su función? ¿Es aún la cosa, o se ha vuelto algo diferente? Cuando destripas la tela de un paraguas, ¿sigue el paraguas siendo un paraguas? Lo abres, te lo pones sobre la cabeza, caminas hacia la lluvia, y te empapas. ¿Es posible seguir llamando a este objeto un paraguas? En general, eso es lo que hace la gente. Llega hasta el punto de decir que el paraguas está roto. Para mí este es un serio error, el origen de todos nuestros problemas. Porque, debido a que no puede ya seguir realizando su función, el paraguas ha dejado de ser un paraguas. Puede parecer un paraguas, puede que haya sido antes un paraguas, pero ahora se ha transformado en algo diferente. La palabra, sin embargo, permanece igual. Por lo tanto, no puede seguir expresando a la cosa. Es imprecisa; es falsa; oculta la cosa que supone tiene que revelar. Y si no podemos siquiera nombrar un objeto común, cotidiano que sostenemos en nuestras manos, ¿cómo esperamos hablar de cosas que verdaderamente nos conciernen? A menos que empecemos a encarnar la noción de cambio en las palabras que usamos, continuaremos estando perdidos».

Según Stillman, entonces, su tarea consistía en crear un nuevo lenguaje, inventar nombres para todo lo que estaba roto en la «ciudad de cristal» (New York), una ciudad abyecta y desesperada, caótica, habitada por gente rota, cosas rotas, pensamientos rotos. Un mundo que se había convertido en pilas y pilas de basura. Para ello debía recoger los fragmentos aparentemente inservibles, desperdigados en la ciudad, con el propósito de darles un nuevo sentido, bautizándolos con nombres que le otorgasen una nueva función.

La ciudad descrita por Stillman se asemeja mucho a nuestro mundo, y la tarea que él mismo se autoimpuso nos dice algo del desafío que tenemos por delante. Vivimos en un mundo roto, habitado por gente rota, cosas rotas, pensamientos rotos. Un mundo donde impera la injusticia y la violencia, un mundo de explotación sistemática, expropiación y dominación. Un mundo donde la desesperación que produce la miseria, contrasta con el narcisismo de una plutocracia indiferente. Un mundo donde las palabras que usamos para decir las cosas, han dejado de servirnos.

Aunque es cierto que la pandemia ha puesto de manifiesto la incongruencia entre las palabras y las cosas, a ese proceso de devaluación ha contribuido principalmente en nuestra época el capitalismo financiarizado y su contracara cultural, posmoderna.

El neoliberalismo y el posmodernismo destruyeron el sentido del dinero y las palabras. Pervirtiendo todos los significados, hurtando el sentido de nuestros bienes comunes, transvaluando todos los valores.

En este contexto, no resulta sorprendente lo que ocurre con el orden institucional de nuestro sistema de relaciones sociales. Muy especialmente con la justicia y la prensa que se hace llamar «libre». Las «fake news» y las operaciones judiciales y mediáticas son, en el ámbito de la cultura, lo que la especulación financiera es en la economía. Al perder el contacto con la realidad concreta, al desarraigarse enteramente de la experiencia fáctica, del dato objetivo, las palabras pueden multiplicarse hasta el infinito sin tener que rendir cuentas a nadie sobre su verdad, de modo semejante al cual el capital financiero puede multiplicarse hasta el infinito, sin necesidad de crear un solo gramo de riqueza genuina.

Para acabar con el neoliberalismo tenemos que acabar con el posmodernismo. Y para ello debemos recuperar, con todas las precauciones que exige el caso, una versión fuerte de la verdad, que no necesita ser sustantiva, pero que exige exponerse a una validación semejante a la que impuso el patrón oro al dinero antes de que comenzara el ensueño prometeico de los popes del capitalismo financiero y sus aliados posmodernos foucaultianos y derridianos.

Conclusión

La pandemia nos ha obligado a enfrentarnos cara-a-cara con las contradicciones inherentes de nuestro sistema de relaciones sociales injustas. La respuesta no puede ser un regreso nostálgico a un pasado «feliz» que nunca existió, ni la fabricación egotista de un «palacio interior», como nos proponen los gnosticismos en boga.

Necesitamos recoger los fragmentos de la realidad rota que ha visibilizado la pandemia, darles nombre a los residuos del orden vigente, y empezar a imaginar e instituir otro mundo posible. De eso se trata la política revolucionaria que exige el avance inescrupuloso de las políticas del miedo.

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